Secuestro, Part II

[Rabastan Lestrange]

Faltaban exactamente cuatro días para que los alumnos fueran a Hogsmeade como todos los domingos, más específicamente a la estación del pueblo, y se despidieran de Hogwarts hasta el año siguiente. Con la excepción de los alumnos de séptimo, que en su mayoría se despedían del castillo hasta siempre, y los que volvían, lo hacían dentro de casi veinte años en medio de una guerra. Era la última oportunida de hacer buenos recuerdos.
Lo genial de su plan es que la víctima no era la persona más atenta y suspicaz de la historia de Hogwarts. Es más, le parecía un misterio que hubiera entrado a Ravenclaw. Se sacó la capa, sosteníendola con ambas manos por los hombros, pero al revés, con el interior hacia él. Ella iba por el pasillo, varios pasos delante de él, en uno de los pasillos que llevaban al piso que tenía escaleras hacia la torre donde estaba la Sala Común de Ravenclaw. Tenía que estar seguro de que ella estuviera bien distraída antes de salir de detrás de la hilera de armaduras para atacarla por detrás.

[Rabastan Lestrange]

Tomó aire por la nariz. Si le salía mal, la cagaba y todo perdía su gracia, probablemente haciendo que él perdiera su interés. Ese era el momento. Caminó sigilosamente, sacando la varita del bolsillo para dejarla en la mano con la que sostenía la capa. La otra mano la extendió de una de sus puntas, y se echó a correr en dirección a Queenie con pasos largos, alzando los brazos para poder cubrirle la cabeza con la capa y tironear hacia atrás, para que no pudiera quitársela moviéndose ni manoteando. Parecía un loco, pero Queenie había elegido un pasillo vacío, porque creo que inconscientemente quiere colaborar con él.

[Rabastan Lestrange]

La voz no era un problema, porque para eso había dejado la varita a mano: para apuntarla a donde creía que estaba la garganta de Queenie (solamente porque le gustaba ser bruto) y hacerle un "Silencio". Hubiera usado el Petrificus Totallus, pero él quería verla moverse como un gusanito aunque sea un rato cuando la arrastrara con la cabeza cubierta hasta el salón de runas antiguas abandonado porque tenía una tremenda gotera.
Con una mano sostuvo firmemente los extremos de la capa, para que ella no pudiera recuperar la visión, con la otra mano no dejó de apuntarla con la varita "Intentas escapar, y te mato".

[Rabastan Lestrange]

Rabastan festejaba cada segundo de su victoria sobre Queenie, con el sonido del silencio, de la ausencia de ese irritante y horrible acento texano. La zarandeó de un lado a otro mientras la trataba de arrastrar, el brazo pasándole por debajo del cuello para asegurar la capa y el otro brazo tirando hacia atrás por la espalda. La puerta del salón seguía semi-abierta, gracias a Merlín.
En su vida había hecho tanto esfuerzo físico. No, en su vida había hecho tanto esfuerzo, punto final. El pensar qué hacer, dónde, etc. Ojalá ella fuera a apreciarlo. Dio un tirón final para soltarla dentro del salón, sin importarle si caía al piso o se llevaba puesto un escritorio. Tenía que trabar la puerta. No podía olvidarse de las cosas y el orden en que tenía que hacerlas.

[Rabastan Lestrange]

Trabó la puerta con un encantamiento, y apoyó la espalda contra ésta con su propia varita todavía en la mano. Dudó en usar el momento de confusión de Queenie para quitarle su varita con un accio, porque generalmente las cosas no le salían tan bien. En su cabeza no podía evitar dudar de su plan y comenzar a juzgar su buena suerte. ¿Se suponía que usaría un accio o un expelliarmus? Tomó aire por la nariz, estaba inseguro del encantamiento. "Expelliarmus" murmuró. Que sea lo que Dios quiera, quizás no funcionaba.

[Rabastan Lestrange]

No, si Queenie estaba como para que los Mortífagos se la llevaran usando una canasta con caramelos como carnada. Pero bueno, quizás después de ese episodio iba a estar más atenta. No que rabastan quisiera realmente proteger su vida, pero bueno.
Frunció el entrecejo, ¿por qué su expelliarmus no funcionaba? ¡Demonios! La desgraciada seguro que estaba preparada. "¡Accio varita!" exclamó, perdiendo la compostura.

[Rabastan Lestrange]

Obvio que le fue directo a la cara, y agregando al hecho de que no se esperaba que estuviera en el bolso, y que el bolso estuviera lleno de cosas, hizo que se fuera para atrás, golpeándose contra la puerta cerrada. Ah, perfecto.
"¿¡Qué onda con tu varita, McRiller!?" preguntó, molesto. Ahí se fue al demonio su porte cool de secuestrador y asesino-wannabe, arrojando el bolso de ella al piso. Ni sacó la varita, ya se desconcentró del todo.

[Rabastan Lestrange]

Bufó, queriendo insultar a todos los antepasados de McRiller (bueno, con una mención especial a todos esos que se consideraban americanos y arruinaron por completo la buena sangre británica, dándoles ese acento insoportable) por la desconcentración. Pero Queenie estaba callada, así que fue fácil volver a concentrarse.
Pasó por encima del bolso de la Ravenclaw para acercarse a ella, tratando de recordar todo lo que tenía que hacer. Guardó su propia varita en el bolsillo del pantalón y movió una mano para decirle que se acercara, mientras él seguía caminando.

[Rabastan Lestrange]

Había gente a la que le quedaban bien ciertos colores, o cierto tipo de ropa, cosas que hacían que se vieran mucho mejor y hacían sobresalir sus atributos. En Queenie McRiller, lo único que le quedaba bien era el silencio. Era otra tipa.
Sonrió de lado, extendiendo un brazo hacia ella. No se podía olvidar que la odiaba, o al menos que en ese momento tenía que estar odiándola. Tenía muchas razones, y tenía que mantenerlas presentes para acordarse de lo que quería hacer y lo que buscaba lograr con el secuestro en venganza.

[Rabastan Lestrange]

No le importó para nada el gesto de Queenie: ni su ceja alzada, ni los brazos cruzados, la cabeza ladeada, el hombro bajo. Nada de eso le importaba, porque se suponía que tenía que ver más allá de eso para hacer lo que había planeado.
La tomó por los hombros y trató de ser brusco, cosa que le salía natural, para hacerla girar y lograr que ella se apoyase contra la pared opuesta, empujándose contra ella. La miró antes de hacer otra cosa.

[Rabastan Lestrange]

¿Qué estaba haciendo? La estaba besando, eso era lo que estaba haciendo en ese momento. La estaba besando a lo bruto, como si quisiera arrancarle los labios a golpazos con los propios. Bajó las manos que tenía en los hombros de Queenie para sostenerla por las muñecas, queriendo evitar que lo alejara, que lo empujara o que le diera una bofetada. Yo sé que Queenie no es bateadora porque sobraba lugar, Rabastan quizás no lo pensó tan profundamente.

[Rabastan Lestrange]

Se hizo hacia atrás y tuvo que dar un paso para no caerse de espaldas al piso. No dudó en sacar la varita del bolsillo del pantalón para acercarse nuevamente a Queenie y apoyar la punta en su cuello.
"Te quedas quieta, o te juro por Merlín que abro la garganta" murmuró, con los dientes fuertemente apretados. Cero ganas de que Queenie le cagara el plan, por más pedorro que fuera. Era lo mejor que pudo planear.

[Rabastan Lestrange]

Exhaló sobre el rostro de Queenie, molesto y tratando de calmar sus ánimos. No se suponía que tenía que necesitar de su varita a cada rato, pero si al menos funcionaba tenía que aceptar lo que le daba la suerte. La miró a los ojos, todavía con la mandíbula tensa que no le permitía separar los dientes para hablar con claridad "¿Entendiste, o te lo tengo que repetir?" alzó el mentón. Quizás tenía que demostrar que hablaba en serio, y tajearle la cara o algo. Pero no, ese no era el plan, se alejaba demasiado de lo que tenía pensado.

[Rabastan Lestrange]

Volvió a exhalar sonoramente, respirando sobre Queenie, guardando la varita en el bolsillo trasero del pantalón, intentando limitar las posibilidades de que Queenie se la quitara.
La mano que ahora estaba libre sostuvo el mentón de Queenie mientras él volvía a inclinarse sobre ella para besarla, y la otra mano le sostuvo la muñeca de una de las manos a ella. El beso siguió igual de brusco y violento. No buscaba que ella disfrutara nada.

[Rabastan Lestrange]

Se separó, aunque esperaba que ella se negara no esperaba tomarse el rechazo a la ligera. Le soltó el mentón y alejó la mano para regresarla hasta el rostro de Queenie como una bofetada, esperando que se diera cuenta que no estaba en su poder el tener ganas de besarlo o no. Quería dejarla desposeída hasta de sus ganas de que él no la tocara, quería que Queenie perdiera todas las ganas. Y le encantaba que no pudiera hablar.