Agatha McGee escribió:
5, 4, 3, 2, 1…
Corría el año 1996, finalizando octubre. El Ministerio de Magia había hecho público el regreso de Quien-Ustedes-Saben y la comunidad mágica estaba en pleno colapso nervioso, tal y como la última vez. Los vendedores de chivatoscopios, talismanes de protección y otros chismes que seguramente no funcionan se estaban volviendo ricos. Los magos que sobrevivieron a la primera guerra dudaban hasta de las personas que conocían de toda la vida, y en el caso de Agatha McGee, de sus pacientes.
Ella tenía veintiocho años en ese momento, su cabello era tan abultado y rizado como siempre pero lo llevaba recogido la mayoría del tiempo. La chimenea de su despacho, una estancia amplia con suelo de madera oscura, cuadros que se movían mostrando paisajes tranquilizadores de una campiña inglesa con una cabra saltando por ahí o un pez saliendo del agua, crepitaba con fuerza, llenando de calor toda la habitación.
Un reloj de pared anunció que eran las tres en punto de la tarde, y sin necesidad de revisar qué paciente le tocaba, Agatha salió a su encuentro. Abrió la puerta principal y salió al sendero. A unos metros vio a un hombre con cabello cobrizo, delgado y aire desgarbado acercándose hacia ella. Agatha sabía que él no podía ver su casa, que donde ella estaba había un terreno vacío entre dos casas y más atrás se veía la parte trasera de otra que estaba en la siguiente calle. Agatha también sabía que su paciente esperaría frente al terreno hasta que Agatha abriera una abertura en el hechizo protector que rodeaba su hogar, porque gracias a eso (y otras cosas) ella podía dormir por las noches.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca y verificó que no había nadie detrás, Agatha sacó su varita he hizo un corte al aire, estiró la mano y como si fuese una cortina, la abrió para dejar pasar a su paciente con una sonrisa.
-Justo a tiempo- Le dijo Agatha. Él hizo una pequeña reverencia a modo de saludo y pasó, como si esa fuese su casa, al despacho. Esto no hizo que Agatha se sintiera ofendida, estaban acostumbrados a esa bienvenida.
Mientras él pasaba, Agatha deshizo el corte en su escudo, y tras un minuto de vigilancia volvió a pasar a su casa, echando los cinco cerrojos en la puerta. De vuelta a su despacho, su paciente estaba sentado en el diván. A él no le gustaba acostarse. Mirar al techo era tan entretenido como ver al piso, le había dicho una vez, así que ella no insistió. Mientras tanto, ella tomó asiento en su muy mullida silla color azul. Los ventanales que casi iban de techo a piso mostraban un cielo nublado y la luz blanquecina iluminaba directamente su rostro.
-¿Y bien? ¿Algo nuevo esta semana?- Preguntó amablemente, mirándolo con atención. -¿Quieres té?- Preguntó, señalando una tetera que humeaba por el pico encima de su escritorio, un poco más alejado, junto al fuego.
Él negó con la cabeza, mirando al suelo, y ella con un movimiento de varita echó un poco de té y dos terrones de azúcar en una tacita que levitó hasta su mano. Bebió un poco, para darle tiempo a que él hablara y luego posó la taza en una mesita junto a su sillón.
-Dante, ¿Pasó algo?- Preguntó de nuevo, un poco más preocupada. De todos sus pacientes, Dante Vaughan era el menos comunicativo, pero entre gruñidos, movimientos de cabeza y frases escuetas siempre logra llegar a una conclusión, aparte de las que llegan directamente de leerle la mente.
-No, no- Se apresuró a contestar. –No conmigo, al menos- Finalizó.
-Bien, ¿Le pasó algo a alguien cercano a ti?- Sondeó, incorporándose hacia adelante un poco, apoyando los codos en el apoya brazos.
Dante volvió a negar con la cabeza.
–Pero uno escucha cosas, la gente sigue desapareciendo, mis padres están histéricos, me escriben todos los días para que vuelva a casa como si en Gales estuviésemos más a salvo- Le dijo y por primera vez desde que entró al despacho la miró.
Su rostro estaba cubierto de pecas y sus labios demasiado resecos. Agatha suponía que no bebía mucha agua y comía muy poco, o menos que de costumbre. Para entonces él tenía treinta y tres años pero se veía un poco mayor, por la tristeza y la amargura que siempre lo habían acompañado más una enorme carga extra que se había añadido hace algunos meses.
Agatha hizo una mueca, como de duda.
–Podríamos hablar de tus padres pero ya sabes porqué están así. Tal vez les harías un bien si los visitas una temporada. Podrías estudiar la posibilidad de quedarte un tiempo. Londres sigue siendo el lugar más peligroso- Le dijo con calma.
-No. Me volvería loco, me deprimiría todavía más y…- La voz se le cortó. Miró hacia otro lado, como contrariado con lo que acaba de decir.
-Por las fotos, ya lo se- Completó Agatha con aire comprensivo.
Dante había aprendido a abrirse desde que aceptó que, sin importar lo que él no dijera, cuando Agatha se metiera en su cabeza lo sabría todo. No cualquiera estaba dispuesto a someterse a ese tratamiento, por eso su profesión no era muy popular, sin embargo, el pecoso era reticente, parecía desconfiado aunque Agatha supiera que no confiaba en otra persona más que en ella, a quien le había cedido todos sus pensamientos.
-Dante- Lo llamó con cautela, captando su atención. –Esta va a ser nuestra última sesión- Le dijo con el semblante serio, a lo que él la miró alarmado. –No podemos fingir que estamos en condiciones de continuar nuestras vidas cotidianas. Ir a terapia es un lujo estos días y lo mejor es que nos ocupemos de sobrevivir o ayudar en lo que podamos, y que vengas acá es un riesgo enorme. No quiero ponerte en peligro- Dijo Agatha mirándolo con sus enormes ojos azules.
-¿A qué te refieres con peligro? ¿Qué has estado haciendo?- Preguntó alterado. Estaba empezando a molestarse.
Agatha se puso de pie, pasándole por el frente y rodeando el diván hasta acercarse a una mesa con madera clara que tenía varios objetos de diferentes tamaños parecidos a una peonza. Ella tomó uno y lo examinó sin mucha atención antes de volverlo a colocar en su sitio.
-La semana pasada tenía cita con un paciente, y cercana la hora empezó a chillar un chivatoscopio, luego el siguiente y el siguiente por sus diferentes rangos de efectividad. Cuando me asomé a la ventana allí estaba él, caminando hacia la casa, o al menos parecía él. No me atreví a abrirle, por supuesto, y quise mandar una lechuza al Ministerio pero me pareció inútil porque para cuando llegara o él se habría ido o ya me habría matado, así que esperé frente a la puerta con mi varita. Escuché que me llamó por mi nombre varias veces, pero mis vecinos muggles salieron y lo terminaron espantando- Explicó con la mirada perdida en la ventana, luego volteó a ver a Dante que la veía con atención. –Tengo varios pacientes, Dante, importantes de lado y lado y sé todo sobre ellos, incluso cosas que no querían que yo supiera. No es fácil conseguir a un legeremante estos días, es un hechizo complicado que uno tarda años en perfeccionar. No soy una persona muy conocida, excepto por mis pacientes y ya atraparon a uno. Lo sé porque él no es mala persona, no me haría daño y el chivatoscopio chilló igual- Dijo, volviendo a su asiento. –Entonces, que vengas acá es un peligro, y creo personalmente que debes pensar en dónde esconderte- Le dijo con convicción. –Tus amigos Darcy y Dexter se comportan como se comportan posiblemente porque estén metidos de lleno en todo este asunto y no quiero decir que eres un cobarde, Dante, porque te he dicho mil veces que esa no es la palabra correcta para describirte, pero no creo que el lugar correcto para ti es donde ellos están. Deberías proteger a la familia que te queda y eso lo puedes hacer perfectamente si vas a…- Cortó.
El chivatoscopio de la esquina empezó a chillar y a girar como loco. Agatha se puso de pie de inmediato hasta la mesa, donde el siguiente empezó a chillar. Alzó la vista y lejos, por el sendero, vio aproximarse a cinco hombres vestidos de negro. Agatha empezó a temblar con su varita fuertemente empuñada. Todos los chivatoscopios chillaban.
Dante se puso de pie y vio por la ventana junto a Agatha y él también se asustó. ¿Qué iban a hacer? ¿Por qué no estaban haciendo nada? ¿Por qué Agatha no se movía?
En contra de lo que acostumbraba y mucho más con su terapeuta, la jaló por el brazo.
-¡Tenemos que huir!- Le dijo con desesperación -¿Hay una puerta trasera? ¿Tienes polvos flu?- Preguntó rápidamente, empuñando su varita también. –Vamos a aparecernos en mi casa- Finalizó.
Agatha negaba con la cabeza y los ojos cerrados, hundida en sus propios pensamientos.
–No, no, no- Murmuraba por lo bajo. –No pasaré por eso otra vez, no- Musitaba. En sus mejillas empezaban a recorrer lágrimas.
-¡AGATHA!- Gritó Dante desesperado.
-¡BLOQUEÉ MI CHIMENEA POR PROTECCIÓN! ¡NO PODEMOS APARECERNOS DENTRO DE LA CASA, EL HECHIZO PROTECTOR NO LO PERMITE!- Le respondió abriendo lo ojos y observándolo horrorizada. Agatha lucía más joven así, y él, más viejo. –Sí hay una puerta trasera pero yo no me sé aparecer, nunca aprendí. Lo mejor es que huyas, Dante- Dijo, haciendo todo el esfuerzo para que la voz no se le quebrara aunque tenía los ojos vidriosos y un enorme nudo en la garganta.
Los hombres estaban muy cerca de la casa, todos eran como de la edad de Dante y empuñaban su varita sin importarles los muggles alrededor. ¿Luego irían a matarlos a ellos? Agatha deseó con todas sus fuerzas que ninguno saliera de su casa.
Dante la zarandeó con fuerza para que volviera en si.
–Agatha, tenemos que irnos. Si nos quedamos aquí nos van a matar, ¿Eso quieres?- Preguntó entre desesperado y furioso con ella. Se supone que su terapeuta debería ser un poco más estable.
Agatha negó con la cabeza.
-No me van a matar, me van a capturar. ¡A ti te van a matar si no te vas!- Chilló y se zarandeó para soltarse. Él estaba débil así que logró desasirse y corrió a su escritorio. Allí, con la varita, abrió todos sus cajones más un archivero repleto de pergaminos. Agatha empezó a sacarlos todos y echarlos a la chimenea con desesperación musitando: –No me llevarán, no me sacarán nada- sin cesar.
Dante se quedó en medio del salón completamente contrariado. No quería morir ahí, mucho menos por la estupidez de su terapeuta, pero tampoco podía dejarla ahí, mucho más si decía que la atraparían. Merlín sabe las cosas que le harían para sacarle información.
-Agatha- Dijo con cautela. –Tenemos que irnos, al menos vamos a tratar- Pidió, suplicante. –No te puedo dejar aquí así, ¿O piensas dejar que te atrapen?- Preguntó.
Ella se detuvo con más pergaminos listos para ser quemados y lo miró.
-No, no voy a dejar que me atrapen- Contestó con voz sombría y siguió sacando los últimos papeles que le quedaban. Luego, empezó a buscar ciertos libros en la biblioteca y también los lanzó al fuego. Pensó en la caja fuerte que tenía en su habitación pero no le importaba el oro, ya no le importaba nada. –No me llevarán, no me sacarán nada-.
-¿Entonces, qué? ¿Vas a matarte?- Preguntó casi en broma mientras veía por la ventana asustado. Los mortífagos ya estaban frente a la casa.
Agatha lanzó al fuego un último libro y se giró. El sudor le caía por la sien y parada ahí frente al fuego le daba un aire muy sombrío.
-No- Contestó. –Tú me vas matar- Añadió con voz contundente.
Dante abrió los ojos creyendo ella estaba jugando aunque era un pésimo momento para bromear.
-¿De qué estás hablando?- Preguntó. Un sonido sordo le llegó de la calle y él volteó. Los hombres empuñaban sus varitas hacia la casa, luces amarillas salían de ellas golpeando contra el escudo. Era solo cuestión de tiempo para que lograran penetrar la casa.
Agatha rodeó la mesa y se acercó a Dante mirándolo fijamente.
-Yo no tengo la fuerza o la valentía suficiente para matarme, pero no voy a dejar que me capturen. Me van a torturar día y noche, tal vez me pongan a un dementor a cuidarme. Será peor que morir, lo sé. Si no me matan, me volverán loca, porque no pienso decirles nada y no quiero volverme loca, Dante, por favor, no dejes que me vuelvan loca- Dijo con la voz llorosa antes de ocultar la cara entre sus manos y sollozar.
-Sé que tienes sed de venganza, Dante- Dijo Agatha de repente con una voz diferente, más fría. –Sé que sueñas con vengar a los que asesinaron a Beatrice, con torturarlos, como a ella, pero también sabes que no serías capaz de hacerlo, porque te crees un cobarde, un bueno-para-nada incapaz de vengar a su melliza y no es así, Dante, yo sé que puedes hacerlo, solo necesitas un empujón, yo soy ese empujón- Se acercaba a él con lentitud. Tenía las mejillas húmedas pero ya no lloraba, parecía decidida. Sólo quería convencerlo, era su única esperanza.
Dante se quedó en su sitio, estaba temblando. Había mortífagos a punto de entrar a la casa, lo matarían si se quedaba y ahí estaba su terapeuta, sacando a relucir sus deseos más profundos. Debería correr, huir, ella estaba demente, él no podría matarla, no podría. Y aún así no se movía.
-Dante, te lo suplico. Quiero esto. Huir no va a servir de nada, es cuestión de tiempo para que me atrapen. No quiero tiempo, no quiero huir atemorizada. Yo sé la vida que me espera si no muero hoy y no la quiero- Empezó a llorar y cayó de rodillas, agarrándole la pierna a Dante. -Por piedad- Suplicó.
Los ruidos se hacían cada vez más fuertes, como si ya hubiesen penetrado las capas más externas del escudo. Dante casi no podía pensar y verla así, en el suelo, le daba demasiada pena. No podía quedarse, no podía dejarla, no podía matarla. Debió quedarse en su casa.
Finalmente, una luz amarilla iluminó todo el lugar y escuchó cómo los mortífagos caminaban por el sendero mientras las risas acompañaban sus pasos. Habían roto el escudo y llegaron a la puerta principal. Tuvieron la decencia de tocar, aunque sabía que era por diversión.
Agatha levantó la mirada hacia Dante, oyendo los ruidos.
-No queda casi tiempo- Le avisó, alarmada y suplicante. –Por favor-.
Dante se alejó de ella, haciendo que Agatha apoyara las manos en el suelo. Ruidos de hechizos golpeaban a la puerta de entrada. Miraba sus ojos claros, sabiendo que había una sola cosa por hacer, y sin saber porqué, él también empezó a llorar.
Dante levantó la varita hacia ella y la miró. Agatha también lo miraba.
-Piensa en los que mataron a tu hermana, sino, no podrás hacerlo- Le aconsejó, mientras se ponía de pie. Iba a morir así que prefería hacerlo parada. –Después de esto, podrás hacer lo que sea, enfrentar a tus padres, enfrentar a los que asesinaron a Bea. Eres más que una historia triste, Dante- Le dijo Agatha, como último consejo de psicomaga que hacía. Ya no lloraba, pero su corazón latía con fuerza, sabiendo lo que le venía como si hubiese sabido que Dante la mataría desde el comienzo, tal vez fuese así. Se preguntó si vería a sus padres, a Nelly o a Connor, o si su hermano no estaba muerto sino desaparecido. Lamentó poner en esa situación a Dante, que lloraba mientras empuñaba su varita temblorosa, pero ya no quedaba tiempo. –Puedes hacerlo. Ahora-.
Dante pensó en su hermana, pensó en sus padres, pensó en sí mismo. El ruido de la puerta abriéndose lo sobresaltó. Sin el escudo, podría aparecerse, pero irse significaba dejarla a merced de ellos y del sufrimiento. Él no podía hacerle eso. Empuñó la varita con más fuerza y la miró a los ojos por última vez antes de que ella cerrara los ojos.
-Avada Kedavra- Musitó. Una luz verde salió de su varita, iluminándolo todo.
The gun is gone, and so am I, and here I go