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[Ernest Trevelyan]

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Cuando se convive con más de doscientas personas durante casi todo un año, y además compartes habitación con otras cuatro, a las cuales apenas conoces, el concepto de 'privacidad' queda reducido a nada. El dicho de las paredes tienen oídos, se aplicaba en todo el castillo y no necesariamente en las paredes.
En fin, nuestro amigo Ernest caminaba tranquilamente por los medianamente anchos pasillos del lugar, pensando en que darían esa noche de cena, no sería día de atún (era el tercer jueves de cada mes) y mucho menos día de fish'n'chips (el segundo martes del mes). En el peor de los casos esperaba que sirvieran comida de conejo. Su estomago gruño vergonzosamente, tener un cuerpo tan grande implicaba un gasto energético inigualable. Guardo las manos en los bolsillos, sin dejar de pensar en la comida y estaba muy concentrado, porque se encontraba a escasamente un metro de Wendy y no la había visto.