Título: Te voy a dejar pelado.
Tipo: Intento de intento de intento de humor.
Frase/s disparadora/s: 78. No se suponía que escuches eso.
Personajes: Eileen Breckenridge,
Dora Archivald,
Mason Storstrand.
Cantidad de Palabras: 1057.
Comentarios: Disculpen, me olvidé el sentido del fic en el otro bolso (junto con la Señora Vergüenza, que me debería estar diciendo: no postees esto, no tiene ni pies ni cabeza).
Mis puntos van para la Casa: Slytherin, dice Dora.
“Estoy a un paso de empezar a andar desnuda por la vida” dijo Dora, bajando la varita con fuerza. La camiseta que había estado tratando de doblar con magia quedó colgando del borde del canasto, como rogando por su vida (o al menos por su limpieza, porque el suelo del lavadero no estaba demasiado reluciente a esas horas de la tarde).
“Bueno,
eso sería algo interesante de ver. Avísame con tiempo para mudarme al edificio, ¿ok?” dijo Eileen, levantando un poco las cejas. “Y para aprenderme algunos hechizos de caída de cabello para cuidarte, porque a la primera loca que te mire mucho…” agregó, gesticulando con la punta de su varita hacia su propia cabeza, con los ojos abiertos de forma exagerada y una expresión que dejaba bastante claro que la que mejor calificaba de loca era ella.
Estaba tratando de domesticar sus celos
'de amiga' desde hacía meses, pero era una tarea difícil. Dora vivía en el edificio con más o menos la mitad de Hogwarts, según Eileen. La mitad linda, también según Eileen. La vida era injusta y ella se sentía en desventaja solo por no vivir allí: si bien no estaba segura de lo que quería en su vida sentimental, estaba bien segura de que no quería ver a Dora pasando tiempo con nadie más que con ella. “O al primer
o que te mire mucho… Ya sabes de quién hablo. Pe-la-do”, dictaminó.
Dora inclinó la cabeza hacia su amiga y revoleó los ojos hacia el techo. (El techo estaba impecable, a opinión de la camiseta que volvía a luchar contra la gravedad mientras Dora trataba de doblarla en el aire nuevamente.) “Eileen… Mason puede mirar lo que se le dé la gana. ¿No te conté de cuando se me prendió fuego la blusa? No sé qué hechizo usó, pero en un segundo pasé de tener las tetas prendidas fuego a tener puesto el pantalón y nada más.”
“¿Quién te dijo que era buena idea usar ropa de nylon para cocinar? Si no sabes ni hacer café…” se quejó Eileen, tragando una bola de celos irracionales y tratando de que no se le note demasiado.
Dora soltó una carcajada y la camiseta dio una vuelta en el aire, para finalmente encontrarse con su destino: el suelo lleno de mugre y polvo de lavar tirado.
“Quizás debería cocinar desnuda, también. ¿Ves, Eileen? Todo sería más sencillo sin ropa. Tengo que empezar a leer mejor las señales que me aparecen por el camino”, bromeó. O quizás no bromeó, sino que
presionó, ¿quién sabe? Dora ya tenía bien claro lo que quería de su vida, a diferencia de otras personas.
“Lo voy a dejar pelado,” amenazó Eileen. “Y al parecer su cabello le gusta mucho. Va a ser un pelado muy triste, y va a ser tu culpa.”
Dora levantó la camiseta y la sacudió. La puso en un rincón del canasto de ropa limpia, con la idea de tirarla directamente al tacho de ropa sucia luego. Al parecer, sería mejor seguir practicando el doblado de ropa en su living, el cual ella misma mantenía limpio, con todo el orgullo del mundo. “¿Sabes? Mason y yo seríamos una hermosa pareja. Él necesitaría cambiar un poco, quizás… ¿No sería una hermosa mujer?” dijo, sin mirarla.
Eileen estaba a punto de contestar, en medio de una tempestad de celos ridículos que seguían queriendo salirse de control, pero cuando levantó la vista del tacho de ropa vio a Mason, parado en el umbral de la puerta, tapándose la boca con la mano para hacer menos evidente que se estaba riendo en silencio.
Dora se giró en el lugar y soltó un divertido “Pffft” antes de acercarse a su roomate para darle una palmada en el pecho. “No se suponía que escuches eso” le dijo, mirándolo con los ojos entrecerrados.
“Se escucha desde el pasillo” comentó él, entrando al lavadero con su propio canasto de ropa sucia, al que Dora, sin dudarlo, le había agregado la camiseta que se le había caído al suelo. “En este momento Mr. Hickinbottom debe estar pensando en mis futuros pechos con mucho cariño”, bromeó al pasar junto a Eileen, que hizo un puchero pero no dejó de amenazarlo con la varita en todo momento, como si fuese el enemigo.
Dora le festejó el chiste y salió del lavadero con su canasto. Luego de unos pasos, se giró hacia Eileen. “¿Vienes? Me da miedo dejarte sola cerca de mi
futura esposa de cabello fantástico” dijo, divertida, para luego darles la espalda y caminar hacia el ascensor.
A Eileen se le encendieron las mejillas y no pudo evitar mirar fijo a Mason, por más que sabía que él vería mucho más en su rostro de lo que ella quería mostrarle. “No es justo”, se quejó en voz baja.
Mason la miró con tranquilidad (como al parecer miraba todo en la vida, según Eileen) y le sonrió. Eileen lo odió por sonreírle, así como lo odiaba por ser el roomate de Dora.
“Pongo la ropa a lavar y me voy derecho al trabajo”, le informó él livianamente.
Eileen se miró los zapatos.
“Puedes ser honesta con ella, ¿sabes?”, agregó Mason en voz más baja.
Eileen levantó la vista despacio y lo miró de nuevo, con los ojos entrecerrados. “Te voy a dejar pelado en serio” le dijo, tratando de que suene a amenaza, pero logrando solo un tono de niñita que sabe que le toca hacer la tarea aunque no quiera.
Él no dijo nada más. En cambio, le mantuvo la mirada. Esa mirada tan calma y tan opuesta a todo lo que sentía Eileen en ese momento, que a ella le fue agotador mantenerla por más de unos segundos.
Luego de un momento de lucha interna (y de tratar de robarle la tranquilidad a Mason por los ojos, como un vampiro mental), Eileen caminó hacia la puerta, callada. Dora la esperaba dentro del ascensor, y ella todavía tenía que enseñarle a doblar bien las camisetas. Porque Eileen podría buscar las palabras correctas para tratar de expresar (y tratar de entender) lo que sentía, pero no podría hacerlo jamás frente a una Dora enemistada con la ropa. No. Eso no funcionaría de ninguna forma.
Lo más importante de la noche era afianzar la buena relación de Dora con sus camisetas. El intento de confesión podría esperar un poco más.