Propósitos de Cumpleaños

[Meg Summers]

A una semana de su decimosexto cumpleaños el más recurrente de los pensamientos que cruzaba la mente de la joven Slytherin se resumía en que, de haber sabido lo rápido que pasa el tiempo, hubiera aprovechado más su estancia en el castillo.

Había hecho amigos, sí – e incluso podría decirse que bastante arraigados – lo cual era ya un avance para el grado de independencia que siempre la había caracterizado, pero apenas había aprovechado las salidas a Hogsmeade con ellos, pues la mayoría de las veces éstas habían coincidido con la batalla final de alguna redacción de Pociones cuya entrega Megan había estado postergando hasta haberla hecho prisionera del todo.

También había pasado festividades en el Hogwarts, sí… ¿Y para qué? Para invadir la sala común de su casa durante la ausencia de compañeros y atiborrarse de los dulces característicos de cada una de las celebraciones.

¿Y dónde había estado ella mientras todos sus amigos habían vivido su primer romance adolescente? (ya hubiera sido o no correspondido). Seguramente alimentando vete a saber qué criatura que le hubiera encasquetado entonces el profesor Kettleburn.

Pensar en todas las oportunidades que tuvo – especialmente en aquellas temporadas vacacionales, donde la soledad reinaba en los pasillos de Hogwarts – para haber investigado a fondo el castillo, haber vivido mil aventuras con sus amigos y compañeros, o haber finalizado alguna de las dichosas redacciones de Pociones a tiempo, la hacían estar molesta con la Megan Summers del pasado. De modo que había decidido regalarse por su cumpleaños una Megan Summers del presente, de la cual la Megan Summers del futuro no pudiera tener reproche alguno.

Tras haber madrugado una hora y media más de lo habitual – lo cual parecía ser un esfuerzo únicamente desmesurado para ella, pero no para el resto, tras descubrir el ajetreado tráfico de alumnos por los pasillos a tan temprana hora – se dirigió al gran salón con la intención de hacer una lista de prioridades antes de comenzar las clases.

Se sentó en un rincón desocupado de la mesa de su casa, a escasa distancia de algunos alumnos de primero, que no habían advertido su presencia pues al parecer, las aceleradas negociaciones de intercambio de cromos los mantenía bastante centrados en sus asuntos. Escogió con mimo su desayuno y mientras tragaba su primer bocado de tostada con miel de flores del bosque prohibido, sacó de la cartera su pluma favorita, el tintero y un pergamino corto, preguntándose concienzuda por dónde debía empezar para crear una mejor versión de sí misma.

((Libre))