Desde el momento en el que Diana lanzó una piedra a la fuente comenzó a pensar en qué iba a ponerse. Era una situación importante y crítica para su bienestar físico y emocional. Diana sabía que no era adorable ser una chica desesperada, estaba muy al tanto de que a nadie le gustaba una persona completamente obsesionada por el cuento de hadas. Pero, en su defensa, Josephine ya estaba de novia a su edad.
Josephine. Que tanto había renegado contra todo lo que Diana consideraba sagrado en el mundo femenino. Más de un chico se le había declarado, y ahora que estaba en las Harpies seguro que nunca le faltarían pretendientes. Por eso Diana sospechaba que la ventaja era que a Josephine no le importaban esas cosas, que ella por ser tan competitiva con su hermana mayor nunca iba a llegar a ningún lado.
Por eso, si se vistió
así, con sus botas favoritas que nunca podía llevar a ningún lado, fue para al menos usarlas alguna vez. Y si la cita era con un niño de segundo año al que se le caían los mocos, pues genial. No quería pensar en nada, ni en nadie, más que en sí misma. En que la iba a pasar bien y punto.
Una maceta le tapaba la vista así que cerró los ojos un segundo, respiró profundo, y abrió la puerta del invernadero.
"¿Hola?" preguntó mientras cerraba la puerta tras de sí y se adentraba, sonriente. Lo vio y su sonrisa se empezó a desvanecer. Todos los nervios que no había sentido antes le cayeron como un balde de agua helada en la cabeza.