Hogwarts, aparte de las clases de vuelo de primer año, no tenía nada remotamente obligatorio que se pareciera a educación física. ¿Para qué? Era algo totalmente innecesario cuando los hacían vivir en ese castillo. Las escaleras que se mueven y que, si justo pierdes una, te roba fácilmente cinco minutos teniendo que tomar un atajo por otro lado. Y, para peor, tirar una piedra en una fuente para un evento de socialización (porque eso era, ¿no?) lo obligó a bajar desde la Torre de Ravenclaw hasta donde fuera que conectaban, para subir hasta la otra torre más alta de Hogwarts, la de Astronomía.
Menos mal que San Valentín era en invierno, o dejaría de participar en esos eventos y luego pasaría sus años de adulto arrepentido.
Había llegado temprano, habiendo calculado mal cuánto demoraría en subir todos esos escalones. Quizás, después de cinco largos años, había logrado subir todo eso con un poco más de ganas. Esperaba que no estuviera la Profesora Sinistra ahí, leyéndole la mente, tomándoselo personal. No era culpa de ella que las estrellas se vieran mejor de noche, para cuando la mayoría tenía ganas de ir a hacer la digestión en una cálida sala común. El lugar se veía raro, todavía quedaban unos momentos de luz y jamás había visto una mesa con comida ahí arriba.
Se sentó a esperar, relajado.
Cuando escuchó pasos que se acercaban enderezó inconscientemente la espalda, girando la cabeza a ver quién entraba. La cita era tan a ciegas para él como para quien fuera a entrar a la Torre de Astronomía.